Spinetta y lo inasible en Don Lucero
Se escribió (y se habló)
muchísimo y se lo va a seguir haciendo sobre la obra descomunal, intensa,
genial, e irrepetible de Luis Alberto Spinetta. Pero por suerte, al ser tan
vasta, siempre hay algún intersticio por donde podemos observarla casi como por
una cerradura. El disco Don Lucero, el del dibujo de esa especie de Sol
humanizado, diseñado en una computadora “Amiga”, es de 1989 y no es de lo más
festejados ni de los más célebres, pero que guarda en sí una belleza
extraordinaria. Pero en este disco, que es un tanto desparejo, se destacan tres
canciones (de las que solo voy a referirme a las letras, que pueden ser leídas
tranquilamente como poesías, y al fin al cabo también son eso) por sobre las
demás: Fina ropa blanca (el más conocido, un clásico a esta altura), Un sitio
es un sitio y Un gran doblez. Con ellas se puede trazar un recorrido donde
abundan las imágenes que giran en torno a una ausencia, a una indeterminación
que se va volviendo exasperante; con gran maestría El Flaco ha sabido
desperdigarlas a lo largo del disco para que, como detectives de otra
dimensión, vayamos hurgando en ellas.
Estos tres canciones/poesías son más que eso, son tres que se
transforman en casi una sola, tres
puntos de vista de un objeto aún no descubierto, y que ya no pueden separarse.
“Ella reía con su fina ropa
blanca/ despojándose al sol/ como un fantasma que deshollina/ todo mi cuerpo/
Una piedra en el sol”. Así comienza esta obra, abriendo fuego hacia un sinfín
de fotogramas bellísimos para luego dar paso a una concatenación de certezas,
dudas y preguntas: “Todo el cielo se fue/ y en busca de qué/ ¿Acaso las sombras
huyan?”. Y estas dudas, estas preguntas no conseguirán jamás respuestas sino
solo puntales hacia otras figuras que no nos aclaran nada, pero que nos llenan
los sentidos: “Algo lumínico en su cierre que se abre/ algo inerte y final.”
Esta frase tiene su complemento perfecto con
“Algo que tiene un gran doblez/ en la conciencia y espera.” Las dos se
refieren a ese algo, a eso que no se puede nombrar no por prohibición sino
porque no se sabe a ciencia cierta qué es, sino solo un eco que se repite,
atrapado en la posibilidad de la eterna ignorancia. Pero hay otro algo más en
un Sitio…: “Un sitio es un algo/ un algo sin novedad” Ese algo sigue siendo
parte de una desolación, de una orfandad que nos impide verbalizar lo que
sentimos, en el doble sentido de experiencia perceptiva y de sentimiento. Y
además vemos un ocultamiento en “el
doblez en la conciencia”, cosas que quedan del otro lado y no llegamos a ver, o
no queremos (“estando en pose de avestruz”), por presunto horror o quién sabe
qué. Y “el cierre que se abre” también apunta a este sentido: se nos deja ver
solo una parte, una porción, un recorte nada más de un universo totalmente
vedado a nuestra imperfecta humanidad que tal vez se va deshaciendo en este
acto sin solución.
También con recurrencia
aparecen nieblas, sombras, brisas; fenómenos lumínicos y meteorológicos que a todas letras son difusos
e inasibles. Tan inasibles como estas
riquísimas canciones y toda la atmósfera que crea Luis Alberto que llega al
oxímoron de “un sitio es una onda cuadrada”. Y todo el tiempo se respira algo
urgente, una inminencia: “Sólo me importa el resplandor,/es el momento de gato
(…)Sólo un sigilo intrascendente,/ una acción obvia.” Se percibe que algo
sucedió, está sucediendo o sucederá y no llegamos a atraparlo, una eterna
fugacidad escapándose para siempre. Puede ser visto como un deja vu, una
percepción incomprensible e incomprobable que nos hace dudar una y otra vez
haciendo aparecer nuevamente la incapacidad de verbalizar, la mudez de los
sentidos. Hay un estado confuso en la “conciencia siamesa”, que serían dos
maquinarias de percepción y pensamiento que actúan simultánea pero no
solidariamente, haciendo que ese dato clave, esta llave esclarecedora no llegue
a nunca a nuestras manos. Y esta imposibilidad llega casi hasta la
desesperación, explicitándose en un extraño ruego, clamando no por la
concreción de un deseo sino sólo por la visibilidad, aunque sea mínima o
parcial, de eso desconocido, ese algo que se posa ante nosotros como el tesoro
más preciado del mundo pero que no sabemos qué es: “¿qué cosa?/ ¿qué cosa?/¿qué
cosa pediré yo a mi santo?”.
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