Fiebre, Mauro Quesada
Poesía
El ojo del mármol
Buenos Aires, 2014
Por Sofía Ferro
Una vez un editor me confesó que publicar poesía era, para él, un desperdicio de papel; que la narrativa, por el contrario, en términos productivos, es efectiva.El espacio en blanco que deja el poema en la página es un robo, un derroche de recursos angustiante. La narrativa es siempre una mejor opción tanto para el editor como para el público lector. Aún así, la poesía sobrevive –y de este editor no podría decirse lo mismo. En la actualidad, las formas más elevadas de versificación perdieron espacio frente a las voces más simples y de temática cotidiana. El género supo, en la aridez, reelaborarse como una propuesta vívida y afín al lector.
En Fiebre (2014) Quesada vuelve su mirada a la Zona Oeste del conurbano, a los lugares y no-lugares que marcaron su adolecer nocturno. Es un recorrido a través de las vicisitudes de noches efervescentes. Todo toma temperatura. Y con la fiebre llega la ebullición. Amigos, chicas, bondis, trenes, remises, boliches, bares, alcohol y drogas –una perlita: “el recuerdo/de mi imparable verborragia/y el aburrimiento/de todos los demás”–. Y la música es inherentemente ritual, parte protagonista de esa ebullición. Como bien dice Manuel Alemian en el prólogo, son todos lugares comunes. Pienso en Bukowski, por nombrar solo un autor, como el escritor de las perdiciones por antonomasia. La noche le pertenece. Los cuerpos y los sudores, todo lo pecaminoso. Aún así, en la recurrencia de los temas, Quesada aporta, desde su postura, una visión un poco más inocente; una voz melancolía y, sobre todo, conurbana.
Presentación de Fiebre
Los poemas de Quesada son en su mayoría breves. Por momentos, esa brevedad provoca una sensación de incompletitud. Quesada logra un desarrollo mucho más positivo en poemas –de más de diez versos– tales como “La pista” o el poema innominado de la página cuarenta y cinco: “[…] llegar a San Bernardo donde/se encontraban mis amigos en un minúsculo y/desordenado departamento/con los platos sucios en la mesa aún/sin bañarse en malla o calzoncillo jugando/a las cartas tomando/en vasos de plástico”. Por otro lado, en ocasiones, el encabalgamiento, recurso usual en el autor, resulta poco funcional, aunque cuando es certero, los poemas de Quesada adquieren gran fuerza musical, reforzada con la rima asonante.
Fiebre se presenta desde un ángulo totalmente distinto al de su predecesor, Bajo una extraña nevada (2013). Ahí radica la evolución de Quesada. Fiebre es una unidad, un conjunto de poemas, algunos más narrativos, otros más fragmentarios, de nostalgia y juventud, que responden a una misma inquietud esencial y en los que Quesada se reafirma en su voz. Retomando la reflexión inicial, en discusión con el denuesto editorial a la obra poética, la poesía sigue abriéndose paso y El ojo del mármol ofrece un catálogo amplio del género entre cuyos títulos figura el poemario en cuestión. En definitiva: hay que leer más poesía, sobre todo la de nuestros contemporáneos.
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